Buscar trabajo al terminar la escuela sin haber estudiado nada siendo pobre, chola y viviendo en un barrio «periférico» era un círculo vicioso que sólo me llenaba de angustia. Iba a menudo a un centro de empleo con la esperanza de que saliera algo, siempre con la mejor de mis tres mudas de ropa. Recuerdo que una vez la que atendía en el centro me miró de pies a cabeza y me dijo «mañana tienes una entrevista pero anda con pantalón de vestir y camisa blanca» (cosas que yo no tenía); al día siguiente fui con la misma ropa a la entrevista a la cual me derivaron y me encontré a la mujer que atendía el centro postulándose al mismo empleo, obvio con pantalón de vestir, camisa blanca y mucha «buena presencia». Obvio que no quedé. Después de cierto tiempo conseguí un trabajo en el que tenía que recorrer medio Lima a la luz del sol y de un momento a otro me «ascendieron» a la oficina porque descubrieron que tenía un capital escondido: sabía algo de inglés y de computadoras que había aprendido en la escuela. Aunque la paga era miserable (no llegaba al 75% del sueldo mínimo) al cabo de unos meses me permitió comprar dos mudas más de ropa (de suerte porque las dos mudas viejas ya no daban para más) y siendo una chola mestiza había mejorado mi «presencia», ahí sumé otro capital.
Como nos pagaban tan mal la gente se iba de la empresa y al poco tiempo empezó a llegar gente a entrevistas. Recuerdo una en particular, en la que vino una mujer afrodescendiente y humilde que ya tenía cerca de treinta años; estaba nerviosa, cuando terminó su entrevista se fue y volvió al cabo de cinco minutos porque había dejado su currículum impreso original y quería dejar únicamente la fotocopia. Mi jefe me indicó que se lo devolviera con indiferencia. Luego de un rato pidió que llamaran a la agencia de empleos recalcando «que por lo menos manden gente con buena presencia». Sentí mucha pena por esa mujer y también vergüenza al ser consciente de que a pensar de todas las dificultades que tuve yo era una privilegiada de tener ese empleo de porquería, algo que otras personas no conseguían. Una y otra vez pensaba en ese círculo vicioso en el que buscas trabajo y no te lo dan porque no estás blanqueada, no tienes esos rasgos que buscan, no tienes ropa «adecuada» -de marca, de blanca-, o debido a tu origen no tienes idea del inglés que mientras más personas lo usan más empresas lo piden y así… pensar en lo que me costó y en que hay gente a la que le cuesta el triple, que pasa por ese ciclo cinco veces más, treinta veces más o nunca sale de él; tardé mucho tiempo en darme cuenta del racismo detrás de ese requisito que está muy ligado al ideal eurocentrado que tenemos sobre belleza y pulcritud, sobre cómo se tiene que ver una persona que inspira confianza. No es una historia muy original, pasa todo el tiempo y no escandaliza que alguien no tenga con qué comer por motivos estéticos o porque el mercado esté orientado a satisfacer necesidades que no son las nuestras. También es cierto que mucha de la discriminación no viene de lxs blancxs sino de otras personas racializadas pero se trata siempre de gente que hace suya la ideología de supremacía blanca y la reproduce porque así nos enseñaron que había que hacer para sobrevivir.
Por suerte cada vez se habla más de esto, aunque nunca es suficiente porque por unas cuantas personas que problematizan y activan tenemos horas y horas de contenidos en televisión, publicidad, etc. que llegan a muchas más personas que siguen perpetuando el racismo. Ojalá esa gente bendecidx por la pigmentocracia empezara a escuchar un poco más y que las voces de las personas racializadas resuenen cada vez más fuerte e impacten o por lo menos sensibilicen un poco a quien tiene poder y decide qué comerciales saldrán en la tele, qué campañas saldrán en las revistas y qué personas entrarán a trabajar a sus empresas.